«Ningún lugar adonde ir» por Rubén Chababo

Texto curatorial escrito para la muestra Ningún lugar adonde ir. Sala de las Miradas. Plataforma Lavardén.

¿Quién ha estado en ese cuarto donde ahora solo queda la presencia de una luz débil que titila en medio de lo oscuro? ¿Quién habita esa casa, esa sala? ¿Quién se echa todas las noches en esa cama que parece el lugar más desangelado del mundo? ¿Quién ha comido y celebrado en esa mesa? Y ese reloj, ¿a quién le anuncia el paso del tiempo, a qué vida?

La mirada de Mónica Fessel busca atrapar el espesor de las atmósferas que  quedan suspendidas en los lugares que habitamos para volverlas imagen. También registrar con su cámara el imperceptible e inexorable paso del tiempo en lugares donde ahora solo pervive la huella de una ausencia.  Lo que ella retrata no es lo que vemos a primera vista (ese sillón, esa fachada, esa lámpara) sino aquello que invisible las cobija y sostiene en el espacio y que solo puede ser percibido cuando se aguzan la imaginación y los sentidos.

La fotografía o el registro audiovisual pueden ser, al estilo de la vieja escuela realista, una mera reproducción de los objetos y los espacios que nos rodean,  pero también pueden oficiar como una poderosa vía regia que nos invita a ver otra cosa, a imaginar situaciones e  historias, ciertas o inciertas, provocadas por el impacto en nuestra mirada de eso que allí vemos.

Es esta segunda opción, que busca descubrir ese más allá de lo evidente,  y que requiere de un ojo atento y una extrema sensibilidad, la que elige Mónica Fessel para plasmar su visión del mundo y ofrecerla a nuestra mirada.

mayo 2018